El paisaje en el contexto de la historia del arte es un género cultivado ampliamente desde hace miles de años. Ejemplos tan antiguos nos llegan desde las imágenes pintadas en templos de la civilización egipcia en África. Sin embargo, su protagonismo varía. Al posar nuestra mirada en la evolución estilística y comparar a modo de ejemplo, la tradición japonesa versus la italiana, encontramos diferencias marcadas. En obras de arte pictórico podemos identificar como el paisaje del arte oriental ocupa un rol más importante en comparación con el europeo. En pinturas de la tradición europea desde el medioevo, el paisaje es una especie de telón de fondo que sirve de estancia a la figura humana, que predominante es vista como el centro del universo compositivo. En los paisajes de grabados japoneses la figura humana se integra en una proporción más diversa o como parte integral, ya que la naturaleza, sus elementos y equilibrio, tienen una conexión clave en la cultura japonesa. Para muestra con un botón, visualiza la icónica “Ola de Hokusai” o las “Cien Vistas del Monte Fuji”. En Puerto Rico el género del paisaje ha sido trabajado por generaciones de artistas. Actualmente el Museo de Arte de Puerto Rico presenta la exposición: “La Memoria del Paisaje” Donación de la Colección Lourdes y Francisco Arriví por Olga y Joaquín Viso. Los periodos de la obra donada al Museo comprenden desde el 1885 al 2004. La museografía y el diseño de la sala incluyó la instalación de mapas topográficos de pueblos como Cayey, San Juan y Arecibo entre otros escenarios que se reflejan en la obra paisajística expuesta. Además de la presentación audiovisual de las imágenes de cine con piezas de la DIVEDCO, que también contextualizan al paisaje rural y la época ilustrada en muchas de las pinturas de la “montaña”.
Mi visita fue una experiencia acogedora. Sentí que transitaba en una línea de tiempo donde se podía ver la transición de estilos. Desde los más figurativos y costumbristas pintados por maestros extranjeros radicados en Puerto Rico, pasando por el arte de Oller, Pou y Frade, hasta llegar a José R Oliver y Myrna Báez con estéticas influenciados por los modernismos del siglo veinte. Sin embargo, el artefacto que más llamó mi atención fue una pieza rarísima del maestro Oller y la historia detrás de la misma. Me refiero a un plato intervenido por Oller que incluía una ornamentación artesanal de dos aves blancas en su borde y un paisaje contenido en el centro a modo de miniatura. La pieza en esencia es un obsequio de bodas y el hecho que sea un artefacto de celebración de un rito de pasaje que habla del privilegio de regalar, coleccionar o poseer desde el poder adquisitivo de una familia no desaventajada, es un símbolo o metáfora de la propia historia familiar que implica la exposición. Esa noción de como el arte transmuta a nivel sociológico es cautivante y permite imaginar espacios donde el arte ha sido símbolo de poder y estatus en Puerto Rico.
En esta idea me detuve por mi curiosidad hacia la iconografía del paisaje que aborda ciertas categorías que se pueden extraer a modo de catálogo y sirven como fuerzas antagónicas al planteamiento anterior.
El coleccionismo es un espacio social de poder y las imágenes coleccionadas presentes en la exposición antes mencionada, no hablan de riqueza. Los temas son, la comunidad humilde como El Fanguito, ósea el arrabal, el bohío de paja, el escombro dejado por el huracán y el camino polvoriento. ¿Por qué coleccionar el paisaje de la carencia? Al plantear esta pregunta me viene a la mente la pintura: “The Slave Ship”de William Turner, en esta escena, la tragedia está encarnada y se puede palpar.
En contraste, en los paisajes de la exposición que a su vez son un panorama de los temas y estilos visitados por la tradición plástica y el paisajismo puertorriqueño, no se siente el dolor, porque temas como el arrabal, están representados de forma estéticamente hermosa y sin el paisanaje, que cuando se asoma posando y mirando al espectador, es sonriente y noble como en la obra de Miguel Pou.
No es angustioso mirar los paisajes porque no encarnan el dolor, el ahogamiento, el frío y el hambre. Son una idealización del escenario donde ocurre ese dolor. Por lo tanto, se colecciona lo pintoresco de la escenografía y no el conflicto de la obra que queda por dramatizarse en la imaginación del espectador.
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